La gestión emocional: un asunto pendiente para una sociedad cada vez más necesitada y aislada
Ana María León Martín
11/5/2025
Creemos que el mundo emocional y la identificación de emociones son temas actuales, modernos, trabajados en instituciones, centros educativos o entornos laborales. Sin embargo, estamos muy lejos de que así sea.
Desde la experiencia profesional y humana, siento que aún tenemos mucho camino por recorrer. Es necesario romper barreras y resistencias, generar conciencia y acercar el valor de la gestión emocional a la vida cotidiana de las personas.
Solemos pensar que “gestionar las emociones” se reduce a reconocer si estamos alegres o enfadados. Pero hablar de lo que sentimos va mucho más allá, y nos cuesta hacerlo. Nos incomoda adentrarnos en nuestro mundo interno, especialmente cuando aparecen sensaciones difíciles o dolorosas. Entonces, tendemos a rechazarlas o a minimizar la importancia de quienes defienden que, si existiera una sociedad más consciente emocionalmente, habría también más empatía, respeto y responsabilidad.
La gestión emocional influye de manera profunda en la forma en que nos miramos a nosotros mismos y a los demás. Conectar con la emoción es conectar con nuestra historia, nuestras experiencias y nuestra manera única de interpretar la vida.
Desde la infancia, necesitamos que papá, mamá o nuestras figuras de cuidado nos acompañen emocionalmente. Que nos ayuden a poner palabras a lo que sentimos, que nos enseñen qué puede ser peligroso o qué nos hace sentir bien. Esa guía, esa voz externa que nombra y valida, nos permite en la vida adulta comprender nuestro mundo interno y también entender el del otro.
Pero esto, lamentablemente, no siempre ocurre. Y cuando falta ese acompañamiento, la sociedad tiende a normalizar situaciones dañinas: el niño que no tiene amigos, la niña que saca malas notas, o la que obtiene excelentes resultados pero se siente diferente y aislada. En todos esos casos hay algo común: la falta de gestión emocional.
Donde no hay gestión emocional en quien excluye, no puede haber empatía.
Donde no hay gestión emocional en quien sufre, no hay palabras para pedir ayuda.
Silenciamos sin ser conscientes. Silenciamos lo que duele porque mirar hacia dentro asusta. Vivimos en un mundo que prioriza lo racional, que teme al sentir, y así olvidamos que las emociones son parte esencial del ser humano.
Si no damos voz a la emoción, si no nos permitimos sentir ni dejarnos acompañar, terminaremos viviendo en una superficie donde “todo está bien”, donde los días malos no existen. Pero eso no es posible. El cuerpo habla, la ansiedad se instala y el estrés se vuelve crónico.
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